Opinión

La increíble aventura de Carlos Soria y la ciencia del Dr. Leyes

En un Foro de La Región, Carlos Soria, de  tan menudo cuerpo como rebosante espíritu, por segunda vez aquí, pero en ésta acompañado en la disertación por su traumatólogo, el Dr. Manuel Leyes, esa eminencia ourensana en su especialidad, que hizo posible la amenidad entre el deporte y la ciencia, porque los que saben lo hacen con una sencillez apabullante no exenta de atractivo.

Rozaba el pleno el recinto del auditorio del edificio Simeón donde el evento convocó a deportistas de varia edad y a amantes de la naturaleza. Empezó con la presentación del presidente del club de escaladores, Asesou, Alfonso Böck Villalva que no se extendió más allá de lo que la prudencia aconseja para no convertirse en protagonista, dándole la palabra al alpinista Soria y al traumatólogo Leyes. Soria apoyado en magníficas fotos de sus aventuras himalayistas por los llamados catorce ochomiles que pueblan la cordillera, 12 de los cuales consiguió, fue enumerando cada una de sus aventuras en esas cumbres azotadas por los vientos que con los aludes y las grietas en el hielo se convierten en el principal obstáculo de toda escalada. Soria fue desgranando su actividad desde ese niño famélico de postguerra hasta ese adolescente que iba trepando por las rocas de la sierra madrileña, luego por los Pirineos, Picos y Alpes, Andes y Montañas Rocosas; un poco autodidacta en aquellos tiempos de pesadas cuerdas de cáñamo, en que no existían esas botas de escalada, y de los pies de gato, ni remotamente. Aventura y riesgo por el que anduvo navegando, que incrementaría gracias al apoyo indispensable, primero de su esposa Cristina, alpinista, y luego de unas hijas montañeras.

El salto de Carlos a la meca del alpinismo en el Himalaya tuvo que aguardar por esos imprescindibles patrocinadores, que cuando ya jubilado de su profesión de tapicero con negocio propio, más dispuestos que cuando joven, porque alcanzar la meta de doce de los catorce ochomiles a tal provecta edad no está a la altura de nadie, que en esto, pues, ostenta el record mundial, porque todos los alpinistas, jubilados de la montaña, cuando a esa edad casi comenzaba Soria la serie de ochomiles. Por ello, un personaje reconocido internacionalmente que hace y muestra que la fuerza de voluntad puede mucho y el espíritu de superación, todavía más.

Y como sucede con estos deportistas de elite, Carlos es todo un personaje en Nepal entre ese pueblo de porteadores sherpas, porque es de esos tantos que cuando retornan ceden todo su equipo para que los naturales del país se vistan   y asistan a otras expediciones, y además, al modo del conquistador primero del Everest, Edmund Hillary, que lo fue con el sherpa Tenzing Norgay, se ha involucrado en la construcción de escuelas y hospitales en esas aldeas  que se cobijan en la cordillera himaláyica. Por ello, por su implicación humanitaria, invitado especial a meditar por unos días en un monasterio budista antes de sus trepadas al K-2, al Masnalu o al mismo Everest (Sagarmata, en nepalí; Chomolungma, en tibetano), aunque él, como paisaje, eligiría el Ama Dablam, a modo de un Cervino pero en grande.

Reciben como un enviado en Nepal a este hombre menudo, que inadvertido podría pasar, pero que es todo un héroe entre los pueblos de los Himalayas que le uncen de floridos collares. La perspectiva desde acá nos parece increible  que un  octogenario, aun frisando esa edad, fuese capaz de escalar algún ocho mil más donde a los problemas de aclimatación hay que añadirle las inclemencias de nieve, hielo, roca, vientos fortísimos, más de 20 grados bajo cero, a veces 40, las temibles grietas en los helados glaciares, los aludes, los resbalones, el corazón que late más de prisa, el mal de altura, cada paso que por las dificultades de la entrada de oxígeno se hace más y más lento y pesado lo que convierte en privilegiados y excepcionales a los que trepan al mismo Everest aunque sean llevados por empresas comerciales en interminables rosarios.. 

En su última ascensión al Dhaulagiri, con 84 años,  ya avistando la cumbre, Soria fue arroyado por la caída de un sherpa, resultando con una tremenda fractura de la tibia por lo que hubo de ser trasladado por los expedicionarios que arrastrándolo consiguieron llevarlo hasta el hasta el campo III donde pasó la noche; aun quedaba lo peor cuando unos escaladores polacos con billete de vuelta en Katmandú acudieron al rescate que solo ellos podrían hacer  logrando sacarlo de aquella extrema situación, la primera vez en ser rescatado; ya en el hospital de la capital nepalí pidió ser evacuado para que le interviniese el Dr. Leyes, quien lo intervino exitosamente, a pesar de las pesimistas evidencias, en una complicadísima operación que le salvaría la pierna. Leyes ya le había operado exitosamente antes implantándole una prótesis de rodilla, que le había permitido  seguir intentando los dos ochomiles que le faltaban. Había establecido desde su primera operación de rodilla una amistad entrañable con Manuel Leyes, que se reforzaría más.

Estar con Soria, aunque requiera soplarle las preguntas al oído, es enriquecerse de humanidad y naturaleza, y de ciencia y sencillez, con Manuel Leyes, ese eminente traumatólogo cuya fama rebasa fronteras, de una familia de notables donde dos farmacéuticos y una esmerada odontóloga. Manuel supone hoy la vanguardia en el tratamiento quirúrgico de las articulaciones. Las operaciones de Soria lo confirman, lo que ha creado una especial unión entre dos hombres de élite, tan dispares. El uno, cirujano que a veces parece rozar lo imposible, y el otro superando los riesgos más allá del límite. De la amistad surgida, Leyes fue convencido por Soria para acompañarle a una expedición en el Himalaya donde se han aventurado mas allá de los 5.000 metros. Esta amistad podría devenir en que Leyes acompañase a Soria en otra aventura, no sé si en una trepada a un ochomil.  Mientras, dejaron una excelente impresión entre un auditorio con una narrativa no exenta de momentos que dieron tiempo para la sonrisa; los largos aplausos finales, y el coloquio posterior, dejaron la sensación de algo más, de que deberían haber prolongado la charla.

Si Carlos sigue persistiendo en aventurarse lo creemos capaz de hollar esos dos ochomiles, gracias a la ciencia de su amigo Manuel, lo que le situarían en el olimpo de la escalada, aunque ya está en él instalado ese Soria for ever.

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