Opinión

La máquina del fango

El enorme caos en el que Pedro Sánchez ha sumido a España explica la actuación de ese sanchismo narcisista y mal encarado que durante 6 años ha hecho de su actuación un desprecio político obsesivo a la verdad y la democracia. Hasta el último minuto, Sánchez se ha mostrado como el niño travieso, caprichoso y manipulador que es, sin código ético ni moral, sin ninguna consideración hacia el conjunto de la sociedad española, sin madurez ni templanza ni conciencia de gobernante responsable y sin más preocupación que sí mismo. La manera de permanecer en la Moncloa supone un cambiazo de conejo en la chistera de quien se sabe culpable de su propia negligencia. Conclusión: Mi mujer y yo somos intocables, la justicia y los medios que investigan y denuncian la corrupción mienten, y “he decidido seguir” porque ese es el destino fatalista de un país sometido y secuestrado por el poder societario con intereses ocultos refundacionales de socialistas, comunistas, golpistas y proetarras. Podemos darle vueltas, hacer interpretaciones imaginativas, bondadosas o crueles, pero lo cierto es que la actuación de Sánchez demuestra el grado de rabia, odio y confrontación con el que se ha escenificado esta pataleta premeditada impropia de una democracia avanzada. Y es que Sánchez piensa que la democracia es él y que la discrepancia legítima es fascismo de extrema derecha, nunca de extrema izquierda.

Dejo aquí constancia del respeto personal y humano que merecen quienes se dedican a la política. Y lo hago extensivo a Pedro Sánchez y Begoña Gómez. Pero cuando uno es presidente del Gobierno, la mujer del César además de serlo debe parecerlo. Parece claro que un presidente nada tiene que temer si su comportamiento, el de su partido y el de su entorno familiar y político es ejemplar. Pero Sánchez se ha visto atrapado en su propia tela de araña, acorralado por casos de presunta corrupción y por su irresponsable y radical acción política que él considera “fango” de los demás.

Pese a la amnistía y otros infortunios autocráticos de la gobernanza sanchista, la separación de poderes resiste los abusos de poder y el Estado de derecho ha de funcionar como resorte de preservación constitucional. El frentismo guerracivilista al que está sometido a este país, ese test de estrés permanente que distingue entre buenos y malos, entre demócratas y fachas, ha terminado por convertir a Sánchez en su propio meme, gladiador de la “limpieza democrática” de cuyo barro le responsabilizan sus adversarios. España es un país responsable y fuerte frente a quienes intentan destruirlo, dividirlo y enfrentarlo. La Historia está del lado de los españoles, pese a los errores políticos padecidos por el pueblo soberano. Para gobernar un país de peso como España no basta con ambición, con romper las reglas y con ignorar a la mitad de los españoles; no basta con desenterrar a Franco, enfrentar a las dos Españas e imponer la propaganda del real decreto con el BOE en la mano y las instituciones colonizadas. A España hay que gobernarla desde la moderación, la verdad y la democracia. Y la pregunta es: ¿Está Sánchez capacitado para ello?

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